La incertidumbre es una de las emociones más temidas por el ser humano. Nos provoca una sensación de malestar, de angustia, y activa una respuesta de estrés en nuestro cerebro. Esta emoción se origina en la necesidad ancestral de sobrevivir ante lo desconocido, pues, aunque lo que estemos esperando sea una simple llamada telefónica o, por ejemplo, un pago pendiente, el cerebro no hace distinciones. Ante cualquier evento incierto, nuestro cuerpo responde con las mismas señales de alerta.
Es un mecanismo de defensa natural, que nos prepara para reaccionar frente a lo impredecible. Sin embargo, vivir constantemente bajo este estado de alerta puede ser agotador, tanto mental como físicamente. La buena noticia es que, si logramos desarrollar una mayor confianza en nosotros mismos, en nuestras habilidades y en nuestra capacidad para enfrentarnos a lo incierto, podemos transformarnos en una versión mucho más resiliente y fuerte de nosotros mismos.
¿Por qué es tan importante confiar en uno mismo?
Cuando confiamos en nuestras capacidades, en nuestras actitudes y aptitudes, dejamos de temerle a lo que no sabemos. De pronto, ya no vemos la incertidumbre como un enemigo, sino como una oportunidad. Claro, el resultado de nuestros esfuerzos puede no ser siempre el esperado, y, efectivamente, es posible que algo salga mal. Pero, ¿y qué pasa entonces? La clave está en cómo reaccionamos ante ese «fracaso».
El miedo al error y al dolor, especialmente al dolor del ego herido, es algo que todos experimentamos, seamos honestos, a nadie nos gusta fallar y vernos vulnerables puede convertirse en un tormento, sin embargo, el proceso de crecimiento personal no ocurre sin ciertos tropiezos, es más, te aseguro que la mayoría de las veces en las que has fracasado, antes hubo un deseo de cambio, una petición a lo Divino o simplemente un anhelo de crecimiento, así como para aprender a caminar nos caemos muchas veces, tomar el fracaso como una oportunidad de aprendizaje no es conformismo o mediocridad, es una habilidad que genera seguridad, capitalizar los errores como una inversión y desde el plano espiritual como una oración respondida, es comprender que fue un entrenamiento para lograr lo que habíamos proyectado, y, aunque puede doler, especialmente en lo que respecta a nuestro orgullo, que es una forma bonita de apodarla a la soberbia, ese «dolor» es, en realidad, una puerta a nuevas oportunidades. Si centramos nuestra atención en lo que podemos aprender de nuestras experiencias, el impacto emocional negativo disminuye.
La fuerza del aprendizaje constante
Cada vez que te enfrentas a un desafío y tomas el riesgo de actuar, incluso cuando sientes miedo e incertidumbre, estás ganando algo invaluable: conocimiento. El aprendizaje que adquirimos en estos momentos de incertidumbre es, con frecuencia, lo que nos lleva al siguiente nivel de crecimiento personal. No se trata de evitar el dolor o los errores, sino de verlos como pasos necesarios en nuestro camino hacia el éxito. Si te concentras en lo que estás aprendiendo y no en lo que podrías perder, te darás cuenta de que la incertidumbre ya no te controla.
La certeza de la confianza
Lo cierto es que, aunque el miedo a lo desconocido siempre estará presente, es posible enfrentarlo con valentía, seguridad, resiliencia, confianza y sobre todo mucho amor. Cuando confías en ti mismo sabes que tienes todo lo necesario para superar lo que venga. La confianza en tus habilidades, en tu capacidad para aprender y adaptarte, te convierte en alguien verdaderamente invencible.
Así que la próxima vez que te encuentres ante una situación incierta, puedes decirte: “sí, puede salir mal, pero ¿y qué? No pasa nada. Lo intentaré de nuevo y seguiré aprendiendo y creciendo”, confía en ti mismo, y cada desafío se convertirá en una oportunidad para crecer. ¡Te lo aseguro!.
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Y recuerda…¡pide, cree, actúa, suelta y confía!
Olga Caraza
Consultora Holística